Sobreponiéndose al dolor: Una lección de vida
Hay cosas que marcan la vida. La estadía en un hospital es una de ellas. Ahí ve uno tanto dolor, y se da cuenta que uno es impotente. Bueno, no, sí se puede hacer algo: un abrazo, una palmada en la espalda, un café caliente cuando la angustia apremia. Y descubrí algo fantástico: dando esperanza crece la propia.
El día que internamos a Mariana en Unicar, conocí a Isabel y su hijito de 3 años, Josué Emmanuel. Josué era un niño normal, sin ninguna dolencia física que delatara que su corazoncito estaba mal. Tampoco tenía Down. Quince días antes lo habían operado, y aunque la intervención fue un éxito, a los cinco minutos de concluida Josué sufrió un paro cardíaco que dejó su cerebro sin oxígeno durante 7 minutos. El resultado fue un daño cerebral severo.
Lo conocí así. Convulsionando e intentando expresar su angustia. Isabel intentaba tranquilizarlo. Le hablaba. Le acariciaba sus extremidades. Pero la fuerza de los músculos acalambrados era exagerada y ella a penas podía cargarlo. Josué había pasado 15 días en intensivo, pero ese día lo habían subido a los cuartos. Sin embargo, esa misma noche se agravó. Volvió a entrar en crisis y hubo necesidad de devolverlo al intensivo. La fiebre no cedía. Mariana ocupó la cama junto a él, mientras estuvo en el intensivo. Y yo estuve muchos días con su mamá en la sala de espera. Ahí nos hicimos amigas. Supe que Josué a penas contaba con su papá, quien había formado una nueva familia y tenía nuevos hijos. Isabel no tenía familia. Su mamá la había abandonado a los cuatro meses en una casa donde servía, y ahí había vivido desde siempre.
Josué iba mal. Cada vez peor. Yo buscaba artículos en Internet que ayudaran a Isabel a comprender lo que le había pasado a su niño. Pero todo era malas noticias. Todo decía que no había marcha atrás, y que en cada convulsión la cantidad de neuronas que moría era inmensa.
Muchas madrugadas rezamos con Isabel y otras mamás. Muchas tardes hubo que consolarla porque luego de 20 días, ella sentía que no podía más con aquel dolor y el cansancio físico que se evidenciaba en su rostro.
Vimos llegar a una de las siamesas, que habían aparecido en el periódico e iban a operarla, y también la vimos irse. Vimos pasar a muchos niños que salían adelante con su operación, otros a los que les costaba más. Pero Isabel era la única que permanecía ahí. Día y noche. Salía únicamente para ir a misa y regresaba con el corazón en la mano preguntando por el niño.
Luego de 10 días, Mariana salió adelante y nos la dieron de alta. Pero le aseguré a Isabel que yo seguiría estando con ella hasta que el asunto se resolviera. Dos días más tarde, eran las 2 y 15 pm, Isabel me llamó. — Mi chiquito se me fue— me dijo. Y fue una sensación terrible, porque la alegría inmensa de tener a Mariana en la casa no podía ser plena. ¿De qué manera podría uno estar feliz cuando se sabe que hay tanto dolor en otros? Me fui a Unicar inmediatamente. Era día de asueto y el hospital estaba vacío. Únicamente se encontraban las mamás de los niños que habían llegado recientemente al intensivo y algunos médicos y enfermeras. Todos lloraban. El dolor que ahí se sentía era tremendo. Y la impotencia lo magnificaba. La ambulancia tardó 5 horas en llegar. Vi salir a Isabel por la puerta de atrás, donde está la morgue. Y no por la principal. Por donde estoy segura rezó tantas noches por verse salir acompañada de Josué. Yo, por mi parte, no podía contener el llanto. Lloviznaba despacio y la noche estaba azul. Azul tristeza.
Nueve días más tarde me llamó Isabel. Quería venir a visitarnos. Nos trajo un pavo y le cocinó Kakik a mi esposo. A mis hijas les trajo un traje típico a cada una, con sus sandalias y todo. Nos hizo salsita de miltomate y conversamos mucho. Me dijo estar muy agradecida con los médicos, porque ella sabía lo mucho que habían luchado por salvar al niño, y así se los dijo al dejar el hospital.
Pues bien, existen siempre dolores más grandes. Pero también existen personas que logran sobreponerse de manera increíble. ¿Cómo explicarlo? Debe ser asunto de inocencia y de limpieza de alma. No le encuentro otra explicación.
El día que internamos a Mariana en Unicar, conocí a Isabel y su hijito de 3 años, Josué Emmanuel. Josué era un niño normal, sin ninguna dolencia física que delatara que su corazoncito estaba mal. Tampoco tenía Down. Quince días antes lo habían operado, y aunque la intervención fue un éxito, a los cinco minutos de concluida Josué sufrió un paro cardíaco que dejó su cerebro sin oxígeno durante 7 minutos. El resultado fue un daño cerebral severo.
Lo conocí así. Convulsionando e intentando expresar su angustia. Isabel intentaba tranquilizarlo. Le hablaba. Le acariciaba sus extremidades. Pero la fuerza de los músculos acalambrados era exagerada y ella a penas podía cargarlo. Josué había pasado 15 días en intensivo, pero ese día lo habían subido a los cuartos. Sin embargo, esa misma noche se agravó. Volvió a entrar en crisis y hubo necesidad de devolverlo al intensivo. La fiebre no cedía. Mariana ocupó la cama junto a él, mientras estuvo en el intensivo. Y yo estuve muchos días con su mamá en la sala de espera. Ahí nos hicimos amigas. Supe que Josué a penas contaba con su papá, quien había formado una nueva familia y tenía nuevos hijos. Isabel no tenía familia. Su mamá la había abandonado a los cuatro meses en una casa donde servía, y ahí había vivido desde siempre.
Josué iba mal. Cada vez peor. Yo buscaba artículos en Internet que ayudaran a Isabel a comprender lo que le había pasado a su niño. Pero todo era malas noticias. Todo decía que no había marcha atrás, y que en cada convulsión la cantidad de neuronas que moría era inmensa.
Muchas madrugadas rezamos con Isabel y otras mamás. Muchas tardes hubo que consolarla porque luego de 20 días, ella sentía que no podía más con aquel dolor y el cansancio físico que se evidenciaba en su rostro.
Vimos llegar a una de las siamesas, que habían aparecido en el periódico e iban a operarla, y también la vimos irse. Vimos pasar a muchos niños que salían adelante con su operación, otros a los que les costaba más. Pero Isabel era la única que permanecía ahí. Día y noche. Salía únicamente para ir a misa y regresaba con el corazón en la mano preguntando por el niño.
Luego de 10 días, Mariana salió adelante y nos la dieron de alta. Pero le aseguré a Isabel que yo seguiría estando con ella hasta que el asunto se resolviera. Dos días más tarde, eran las 2 y 15 pm, Isabel me llamó. — Mi chiquito se me fue— me dijo. Y fue una sensación terrible, porque la alegría inmensa de tener a Mariana en la casa no podía ser plena. ¿De qué manera podría uno estar feliz cuando se sabe que hay tanto dolor en otros? Me fui a Unicar inmediatamente. Era día de asueto y el hospital estaba vacío. Únicamente se encontraban las mamás de los niños que habían llegado recientemente al intensivo y algunos médicos y enfermeras. Todos lloraban. El dolor que ahí se sentía era tremendo. Y la impotencia lo magnificaba. La ambulancia tardó 5 horas en llegar. Vi salir a Isabel por la puerta de atrás, donde está la morgue. Y no por la principal. Por donde estoy segura rezó tantas noches por verse salir acompañada de Josué. Yo, por mi parte, no podía contener el llanto. Lloviznaba despacio y la noche estaba azul. Azul tristeza.
Nueve días más tarde me llamó Isabel. Quería venir a visitarnos. Nos trajo un pavo y le cocinó Kakik a mi esposo. A mis hijas les trajo un traje típico a cada una, con sus sandalias y todo. Nos hizo salsita de miltomate y conversamos mucho. Me dijo estar muy agradecida con los médicos, porque ella sabía lo mucho que habían luchado por salvar al niño, y así se los dijo al dejar el hospital.
Pues bien, existen siempre dolores más grandes. Pero también existen personas que logran sobreponerse de manera increíble. ¿Cómo explicarlo? Debe ser asunto de inocencia y de limpieza de alma. No le encuentro otra explicación.
Pd: en la foto, Jenny con la gorda, leyendo un libro. Espero que Mariana y mi hija mayor amen tanto la literatura como yo. Jenny ya me está ayudando!
7 comments:
Hoy si no sé que decirte. Me has dejado muy conmovido.
Me gusta esta linea:
Y descubrí algo fantástico: dando esperanza crece la propia.
Un abrazo ... seguimos nuestro chat pendiente otro día ... saludos a Gerard!
Claudia Méndez Arriaza
Hola mi blogger friend. Si vieras lo que lloré escribiendo esta historia. Y yo que pensé que ya lo había llorado todo.
Hola Claudia. Gracias por tu visita. Quedamos para un cafecillo que me venís debiendo desde hace como 2 años, no es así? Por cierto me he acordado mucho de vos. Fue un gusto chatear contigo. Un abrazo.
Vanesa, le mande a todas mis amigas la pagina de mariana para que vean lo bonita que está. Además cada vez que leo el blog no dejo de pensar ¡que linda es la maestra de mariana! es broma.
Lo que pienso es que va a ayudar a mucha gente o ya lo esta haciendo, ademas que cuando mariana la lea se va a sentir super orgullosa de su mamá.
Pues la idea es ayudar a otras mamás, y papás, pues, porqué no? Y claro, que ella sepa su historia a cabalidad. Nada nos humaniza más que enterarnos de nuestra historia. Precisamente porque somos producto de ella.
Gracias Jenny por haber formado parte de ella, desde hace ya tantos pasos... y los que faltan!!!
Pues la idea es ayudar a otras mamás, y papás, pues, porqué no? Y claro, que ella sepa su historia a cabalidad. Nada nos humaniza más que enterarnos de nuestra historia. Precisamente porque somos producto de ella.
Gracias Jenny por haber formado parte de ella, desde hace ya tantos pasos... y los que faltan!!!
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