Cuando uno tiene un problema, lo último que se quiere oír es: "no te preocupés", porque uno sí está preocupado y simplemente no encuentra la salida. A veces todo lo que uno necesita es que alguien más lo oiga y se solidarice con el sufrimiento que uno está experimentando en ese momento.
Por eso, pese a que la idea de este blog es dar ánimos y mostrar lo lindo que el Down puede hacer por uno, tampoco puedo mentir y pretender que no pasa nada. Duele, y duele mucho a veces. He estado buscando las palabras para transmitir esos pequeños dolores que a veces se quedan perdidos en el alma, pero alguien me mandó una carta muy, muy linda. Pienso que en ella hay mucha sinceridad y claridad. Se las transcribo aquí porque pienso que de vez en cuando también se vale llorar:
"Comienzo escribiéndote las emociones y frustraciones que por momentos vivo ahora con el nacimiento de mi hijo con Down. El dolor que te embarga los primeros días es una verdadera pesadilla. Te sentís acongojado, triste, desgraciado. Son sentimientos que —aunque normales según muchos psicólogos y sobre todo padres que han pasado lo mismo—, te hacen sentir culpable. No es justo sentir todo esto por tu hijo que es sangre de tu sangre.
Quiero confesarte una serie de sentimientos feos que he estado teniendo. Cuando veo bebés en programas o las compañeras de oficina donde trabajo hablan de los bebés de amigas o de sus hijos bebés, me siento mal. No es que odie a los bebés, pero siento envidia. Quisiera que el mío fuera “normal” como el de ellas.
Cuando tengo a mi hijo en brazos siento cierta cólera hacia él y eso me hace sentir tremendamente culpable. Yo lo amo, pero por momentos me invade ese sentimiento que ni mi hijo, ni yo, merecemos sentir.
Hay días en que me siento feliz, pero otros al hacer conciencia de la situación me entristezco. El no saber con certeza el futuro desarrollo de mi hijo, el no saber que tendrá en su mente, si será inteligente, si será un niño con el que pueda jugar fútbol… me pongo a pensar en todo lo que “supuestamente” dejare de hacer con él.
Sé que todo es cuestión de positivismo, de aceptación, de fé (activa). Sin embargo, a pesar de saber como evitar el sentir todo esto, lo sigo sintiendo. Es una lucha constante con mi razón y mi alma. Por momentos me vence la razón, por otros el alma.
Necesito comprender el porqué de todo este torbellino de emociones, que me hace la vida y el disfrutar de mi bebe muy difícil.
Sabes me duele todo aún más, porque tú me los has dicho y así debe ser: “verán a tu hijo como lo veas tú”.
Mi esposa no imagina si quiera los sentimientos tan negativos que yo tengo, pero no quiero desbaratar lo que hemos logrado hasta ahora, a pesar de que yo —instintivamente, en silencio—, tengo el alma herida."
Por eso, pese a que la idea de este blog es dar ánimos y mostrar lo lindo que el Down puede hacer por uno, tampoco puedo mentir y pretender que no pasa nada. Duele, y duele mucho a veces. He estado buscando las palabras para transmitir esos pequeños dolores que a veces se quedan perdidos en el alma, pero alguien me mandó una carta muy, muy linda. Pienso que en ella hay mucha sinceridad y claridad. Se las transcribo aquí porque pienso que de vez en cuando también se vale llorar:
"Comienzo escribiéndote las emociones y frustraciones que por momentos vivo ahora con el nacimiento de mi hijo con Down. El dolor que te embarga los primeros días es una verdadera pesadilla. Te sentís acongojado, triste, desgraciado. Son sentimientos que —aunque normales según muchos psicólogos y sobre todo padres que han pasado lo mismo—, te hacen sentir culpable. No es justo sentir todo esto por tu hijo que es sangre de tu sangre.
Quiero confesarte una serie de sentimientos feos que he estado teniendo. Cuando veo bebés en programas o las compañeras de oficina donde trabajo hablan de los bebés de amigas o de sus hijos bebés, me siento mal. No es que odie a los bebés, pero siento envidia. Quisiera que el mío fuera “normal” como el de ellas.
Cuando tengo a mi hijo en brazos siento cierta cólera hacia él y eso me hace sentir tremendamente culpable. Yo lo amo, pero por momentos me invade ese sentimiento que ni mi hijo, ni yo, merecemos sentir.
Hay días en que me siento feliz, pero otros al hacer conciencia de la situación me entristezco. El no saber con certeza el futuro desarrollo de mi hijo, el no saber que tendrá en su mente, si será inteligente, si será un niño con el que pueda jugar fútbol… me pongo a pensar en todo lo que “supuestamente” dejare de hacer con él.
Sé que todo es cuestión de positivismo, de aceptación, de fé (activa). Sin embargo, a pesar de saber como evitar el sentir todo esto, lo sigo sintiendo. Es una lucha constante con mi razón y mi alma. Por momentos me vence la razón, por otros el alma.
Necesito comprender el porqué de todo este torbellino de emociones, que me hace la vida y el disfrutar de mi bebe muy difícil.
Sabes me duele todo aún más, porque tú me los has dicho y así debe ser: “verán a tu hijo como lo veas tú”.
Mi esposa no imagina si quiera los sentimientos tan negativos que yo tengo, pero no quiero desbaratar lo que hemos logrado hasta ahora, a pesar de que yo —instintivamente, en silencio—, tengo el alma herida."
Pd.: En la foto Jenny con Mariana frente al espejo, aprendiendo las partes del cuerpo.
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